Muere Patxi Oliden, pionero del surf en Euskadi

patxi oliden
Patxi Oliden, inventor, fabricante de tablas de surf pionero en Euskadi, falleció ayer a los 96 años en su residencia de Orio.

Mecánico de profesión, fue una figura prominente en una amplia variedad de campos: fue uno de los primeros fabricantes de tablas de surf en el País Vasco, sino el primero y más allá, además de ser un prolífico compositor de música.

A mediados de los años 60 Olinden tenía un taller de reparación de barcos y un día observó a varios surfistas extranjeros cogiendo olas en la playa de Orio y se quedó maravillado con el surf. Empezó a darle vueltas a la idea de hacer tablas a un precio asequible, ya que el elevado precio de las tablas, más de 8.000 pesetas de la época, hacía de este un deporte elitista.

Compró una tabla de surf en una tienda de efectos navales, dado que en aquella época no había tiendas de surf, con la idea de copiarla. Así se fraguó Itxas Trenak.


Patxi, apareció en la película "Surfers’ Blood", del realizador Patrick Trefz, que cuenta la historia de varias personas que comparten vidas estrechamente asociadas al océano y al surfing.

"Patxi y yo nos conocimos en el País Vasco hace años. Un amigo nos llevó a Barney y a mí al taller de Patxi, y tanto Barney como yo quedamos impresionados por este tipo. encarnado en el mar. En sus noventa años, y aún inventando, haciendo música, haciendo todas estas cosas radicales que se consideraban contraculturales durante su juventud," dice Trefz. "Está notablemente dedicado al océano y todo lo que proporciona".

Dejadme acompañar este artículo con otro publicado en El País hace quince años, en 2005, que resume un poco mejor parte de la extensa vida de Patxi Oliden.

'Itxastresna' y polifonía


Aparece en estos últimos meses en los medios de comunicación. Por fin se reconoce la labor pionera de quien fue el primer fabricante de tablas de surf de la Península Ibérica y, quizás, de Europa. Este vecino de Orio se adelantó en 1970 a comprender la belleza del surf que practicaban cuatro extranjeros en la playa de Orio y la necesidad de que ese deporte dejara de ser elitista. Una aventura más de quien, a pesar de su aparente sencillez, sigue llevando una vida apasionada a sus 82 años.

La puerta del taller de Patxi Oliden es rigurosamente anónima. Es más, muchos vecinos de Orio seguro que no saben todo lo que se ha cocido y se cuece en su interior, aunque sí tengan noticia de la personalidad de Danbolin, que es como le conocen los más cercanos al también organista de la iglesia parroquial, reconocido experto en micología y mitología, profesor inquieto de la Escuela Profesional de Zubieta y hasta compositor fecundo de música por ordenador.

Todo comenzó cuando, harto de las miserias de la vida de los negocios, este mecánico de profesión dejó su taller de reparación de barcos en manos de los empleados. "Me di cuenta de que no valía para las relaciones comerciales, que mi carácter no era capaz de soportar aquellas tensiones. Y luego tuve dos pufosque me dejaron sin un duro: monté dos barcos y no me pagaron: 200.000 pesetas de hace 40 años y medio millón de pesetas de las de 1970".

Oliden comenzó entonces una nueva vida en su taller de la calle Eusko Gudari de Orio. "Un día, al pasar por la calle Mayor de San Sebastián, vi una tabla de surf en una tienda de efectos navales". "Ya por entonces", sigue recordando", "hacía un par de años que venían a la playa de Orio extranjeros a practicar ese deporte que era desconocido en la costa vasca". Y en ese momento, Oliden entró en la tienda, compró la tabla y decidió que se iba a poner a fabricarlas. El oriotarra era un buen nadador, como corresponde a quien ha vivido siempre junto al mar, pero nunca había cogido olas, ni había visto cómo se trabajaban materiales como el poliéster, el foan o la fibra de vidrio con ese destino. Pero eso no era inconveniente.


Eso sí, tenía claro que sus precios iban a ser populares. "Entonces, una tabla costaba 8.000 pesetas, y me dije: '¿por qué este deporte va a ser sólo para pudientes?". En principio, para abaratar costes, decidió que las tablas fueran huecas, realizadas con moldes, en lugar de trabajar el poliester el bruto para darle forma. Sus primeras creaciones le dieron problemas, pero con la práctica y la observación de cómo se comportaban con las olas fue evolucionando en la aerodinámica y en los materiales.

Por eso se pasó al foan (poliuretano expandido), por consejo de los chavales que ya compraban sus primeras tablas. "Con el foan, darle forma a la primera me costó seis horas y media; la siguiente la hice en hora y media". Luego quedaba el acabado y el remate final. En los buenos años, Patxi Oliden construía seis tablas a la semana. Ponerlas a la venta venta fue más complicado. "Las llevé a El Corte Inglés y otras tiendas de deportes, pero el intermediario ponía unos márgenes tales que las tablas salían carísimas". Al final, se decidió por la venta directa y los chavales hacían fila en la puerta del taller para adquirir una itxastresna, el nombre que le puso a sus productos.

Itxas Tresna

El logotipo de aquellas itxastresna, todavía sorprende por la calidad de su diseño. Y las tablas no estarían a la zaga. En el documental de Peru Izeta que se presentó en la pasada edición del Surf Film Festival de San Sebastián, se puede ver cómo un aficionado recupera una de aquellas tablas y coge olas con dominio, aunque, quizás, a una velocidad más lenta que la que permiten las actuales. Oliden lo confirma: "No es tanto la calidad de la tabla, sino la habilitad del ejecutante".

Y habla con el conocimiento de quien se maneja en distintas actividades, siempre con destreza. Además de buen nadador y experto recolector de setas, es compositor fecundo. Allí, en un rincón del taller, donde todavía se pueden contemplar alguna de sus itxastresna, Oliden guarda una sorpresa para el visitante: un pequeño estudio de música donde compone polifonías para textos sagrados, una inclinación en la que, sin duda, sigue la inercia de su actividad como organista en la iglesia de San Nicolás de Bari. En las estanterías se encuentran los cancioneros de Resurrección María de Azkue, Aita Donostia o Manterola, junto a los centenares de composiciones (2.616 hasta el momento) propias.

Son obras escritas sobre todo para su propio disfrute, como una forma de mantenerse activo, después de la jubilación. En 1978, dejó de fabricar tablas de surf porque le llamaron de la Escuela Profesional para impartir clases de taller. Pero su interés por continuar aprendiendo no se detuvo y se introdujo en el mundo de los ordenadores. "Tengo un viejo mac, ahora trabajo con un PC y hasta escribí programas en basic", comenta, con la soltura de un joven informático.

Aquellos conocimientos informáticos los aplica ahora a la creación musical que, por fin, podrá disfrutarse en público. "En una hoja de calendario encontré un texto de un teólogo asesinado por los nazis, Dietrich Bonhoeffer, lo he musicado y se lo he ofrecido a la Coral Saratxo, que lo presentará este próximo verano en Noruega", explica, mientras manipula el ordenador para poder ofrecer un esbozo de la composición. Efectivamente, la inquietud de Patxi Oliden parece no tener final: en las baldas de su taller-estudio, junto a revistas de euskaltzale, figuran libros de todo el mundo, incluso en japonés.

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