Bingin: El derribo de un pequeño paraiso
El pasado mes de julio, Bingin Beach, una de las joyas de la península de Bukit en Bali y destino icónico para surfistas y viajeros de todo el mundo, vivió un episodio que marcará un antes y un después en su historia.
Excavadoras y agentes de seguridad entraron en acción para derribar casi 50 construcciones levantadas sobre los acantilados: warungs, restaurantes, cafés, pequeños hoteles y villas que durante décadas habían dado vida a este rincón frente a las olas.
Las autoridades justificaron la operación con un argumento claro: todas esas edificaciones eran ilegales. Se habían levantado, sin permisos, sobre terrenos de uso protegido, en una zona donde la normativa prohíbe expresamente la explotación comercial. Según el gobierno provincial, se trataba de hacer cumplir la ley, proteger el medio ambiente y recuperar un equilibrio perdido entre naturaleza y turismo.
La "liberación" de Bingin forma parte de una campaña liderada por el gobernador reelecto, Wayan Koster, para hacer cumplir las normas de zonificación y eliminar estructuras no reguladas en tierras protegidas propiedad del gobierno.
Pero para muchos lugareños, la pérdida de Bingin representa un nuevo deterioro de una parte histórica y apreciada de la cultura del surf de la isla que, en muchos lugares, ha sido superada por mega complejos turísticos, zonas comerciales y clubes de playa.
Surfistas, muchos de ellos australianos, comenzaron a llegar a Bingin en las décadas de 1970 y 1980, atraídos por sus los perfectos tubos que rompían. Familias locales construyeron pequeños warungs en los acantilados para atenderlos.
Con el tiempo, la zona creció y se comercializó; algunas habitaciones se alquilan ahora por más de 100 euros por noche y pequeños negocios familiares se transforman en suites de lujo de varios niveles, como el imponente hotel boutique Morabito Art Cliff, con múltiples piscinas, una incluso en su suite principal.
Pero más allá de los papeles, la demolición cayó como un mazazo sobre cientos de familias. Muchos locales habían trabajado allí toda su vida; otros habían invertido sus ahorros en pequeños negocios que sobrevivieron al boca a boca del surf. “Mil personas se han quedado sin empleo de la noche a la mañana”, lamentaba un trabajador mientras veía cómo su sustento se convertía en escombros.
La escena fue dolorosa: dueños llorando frente a las ruinas de sus negocios, empleados sacando apresuradamente mesas y neveras antes de que entraran las máquinas, turistas atónitos. Incluso se llegó a demoler un hotel mientras aún había huéspedes dentro, un hecho que generó indignación internacional.
El caso de Bingin refleja un conflicto de fondo que recorre toda Bali. Durante décadas, los terrenos se gestionaron bajo el hukum adat —el derecho consuetudinario balinés— que otorgaba a las comunidades locales cierta autonomía para decidir sobre el uso del suelo. Así nacieron los primeros warungs y alojamientos de surfistas. Pero la llegada de una regulación estatal más estricta y el auge de la inversión extranjera pusieron en entredicho esa forma de vida.
Lo que para el gobierno es un acto de orden y conservación, para muchos vecinos es un borrado de identidad cultural. No pocos temen que tras los escombros aparezcan en el futuro resorts de lujo, inaccesibles para quienes construyeron la esencia de Bingin.
Las redes sociales se llenaron de mensajes bajo el lema #SaveBinginBeach, mientras surfistas internacionales —incluido Kelly Slater— lamentaban la pérdida de un lugar emblemático. Manifestaciones pacíficas, pancartas improvisadas y hasta demandas judiciales intentaron frenar el proceso, sin éxito.
Ahora, Bingin mira hacia adelante entre la incertidumbre. El gobierno insiste en que busca un “nuevo comienzo” para ordenar el turismo y proteger la naturaleza. Pero voces locales como la del surfista Mega Semadhi recuerdan que la recuperación de la playa no puede hacerse a espaldas de la comunidad: “No borren el alma de Bingin”, piden.
Algunos locales opinan, que el derribo es solo una excusa para, dentro de no mucho, construir ahí algún complejo de lujo para viajeros adinerados, pero las autoridades lo niegan.
El derribo en Bingin no es solo una cuestión de legalidad urbanística. Es un espejo de las tensiones que vive Bali entre tradición y modernidad, entre turismo masivo y sostenibilidad, entre comunidad y capital. Este sistema de construcción para legal podía funcionar cuando la isla era un pequeño remanso de paz, un refugio para algunos surfistas y mochileros, pero no cuando ya es un destino internacional tan conocido como Roma, Paris o Nueva York.
La demolición pone de relieve los desafíos que enfrenta el crecimiento de Bali. La población de la isla se ha duplicado desde la década de 1960, superando los 4 millones, y se prevé que la llegada de turistas alcance los 6,5 millones este año.
El éxito ha sido su desgracia, como en tantos lugares del planeta. Bingin solo ha sido la primera víctima en Bali. Vendrán más.
Fuentes:
- ‘Don’t erase the soul of Bingin’: Bali locals dismayed as 48 businesses destroyed in local crackdown
- Bali doubles down on demolishing hotspot
- 'They knocked the hotel down while I was inside': Aussie tourists reeling as Bali hotspot destroyed
El tiempo pondrá todo en su sitio, ya se verá si esto tiene un fin especulativo.
ResponderEliminarPero dejando esto a un lado, pues una lástima por las familias que pierden su sustento, por otro lado está bien que se quiera proteger el entorno.
Ya podían por aquí aplicar con más rigor la ley de costas, que como siempre aplica más para unos que para otros.
Si lo van a preservar en estado virgen realmente, bien hecho. Pero con la corrupción que hay, no sorprendería a nadie que montasen un mega resort/bar como Dreamland o Finns u otros tantos que hay en la isla
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